CAPÍTULO 06 o ABIERTO HASTA EL AMANECER, QUE NO ES POCO (Parte II)

La inmundicia, el calor árido, la pestilencia y la soledad, son los rasgos que trae un mundo post-apocalíptico. Para Tomás Sáez García esto no es más que su día a día.
El mundo no ha sido lo mismo desde que los islámicos se pusieran de acuerdo e hicieran detonar todas las centrales nucleares del mundo a la vez. Dejando el mundo echo una puta mierda. Mutantes, bandas callejeras y un montón de basura radiactiva.
Tomás era un guardia civil en el antiguo mundo, un hombre que se conocía las carreteras y autopistas, un hombre con un callo en el culo de tanto conducir. Ahora es una cucaracha; así se les llama a los que sobrevivieron y van buscándose la vida.

Me acerco sigilosamente a la puerta de entrada, que me recuerda vagamente a la de un campo de concentración nazi. Al margen del ruido insoportable que proviene del interior, nadie viene a recibirme. Al lado de la puerta, semienterrado en barro, un cartel de letras metálicas en el que aún se puede leer: «SPOOK FACTORY».
Punto en contra: este sitio está mejor protegido que mi ojete.
Punto a favor: es noche de rave. Entrada libre.
Entro por la puerta principal, sin prisa pero sin pausa. Oculto el AK como mejor puedo, como si estuviera entrando una botella de contrabando. Pero a nadie le importa una mierda. Acabo de entrar en algún puto círculo del Infierno, y juro por Dios que este no venía descrito en ningún libro. Aquí hay unos doscientos tarados moviéndose al son del ruido, pero cada uno hace su baile particular. No pueden parar. Tal vez no saben. Puede que no quieran. Todos los cuerpos son famélicos sin excepción. A algunos les brilla la boca, a otros las muñecas o los tobillos. Y ninguno es mutante. Es gente. Joder.
Lo bueno de este tipo de edificaciones es que no hay mucho sitio donde esconder a una niña secuestrada. En estos lugares tienes dos opciones: bailar hasta la muerte, o controlar el baile. Y el jefe siempre tiene un despacho en lo alto. A los jefes les gusta tener un lugar tranquilo donde meterse rayas de coca radiactiva. hqdefault
Me adentro en la marea de cuerpos lánguidos sin encontrar resistencia. Paso rozando jaulas de go-go’s que yacen tirados en el suelo porque ya no tienen fuerzas para bailar, y nadie se preocupa de ellos. Llego a las únicas escaleras del local que van hacia arriba. Dos guardias. No me miran. Tienen las pupilas como tapas de alcantarilla. Entro en el despacho.
Su cara es un amasijo de moratones, pero está viva. No me interesa saber nada más.
Cuando la cargo sobre mis hombros y salgo del despacho, me fijo por primera vez en la pasarela, justo detrás de los focos que me están dejando ciego. No veo colores ni caras ni la madre que me parió, pero distinguiría esa silueta de cruasán en cualquier sitio. Como uno de esos críos a los que sus padres obligaban a destacar en un deporte desde muy pequeños, y luego se quedaban bajitos porque crecían en horizontal. Puto John Cobra de los cojones, te voy a hacer una cara nueva cuando te coja.
– ¡Devuélveme mi coche, aborto de tronista de los huevos!
Aunque no le veo, puedo sentir que el viejo insulto que acabo de usar ha removido algo en sus entrañas podridas de proteínas de gimnasio. Grita algo desde la pasarela, pero no sé que es. De repente, todo está tranquilo. Las vibraciones han parado. Gracias a Jesucristo y a la puta Virgen de Guadalupe.
Pero todos los malditos danzantes me están mirando fijamente, como si su hechizo musical se hubiera roto y lo único que les llamara la atención fuéramos nosotros. Y avanzan. Avanzan como un rebaño. No pueden correr porque sus cuerpos ya no se lo permiten, pero quieren agarrarnos. Hostia, qué peste a sobaco.
Corro. Corro todo lo que puedo correr con un saco de huesos sobre los hombros. Corro como si no estuviera notando las rótulas crujir con cada zancada. Corro como si no me dolieran los arañazos de estos putos osopandas que no llegan ni a medio zombi. Paso entre ellos con relativa facilidad, pero son muchos, y casi lloro de la alegría cuando las luces estroboscópicas dan paso a la mortecina luz de gas de la calle. Joder, estamos vivos. Y entonces caigo.
Punto a favor: no son zombis, no pueden contagiarnos una mierda con sus arañazos.
Punto en contra: he perdido mi arma.

Texto escrito por Bamf!

El equipo de Tomás Trastornao recuerda que esta es un obra de ficción y que solo escribimos para hacer reír o sorprender al lector, nunca para hacer daño a nadie. Nuestro lema es “vive y deja vivir”. Bamf!, Moisés y Gurguik.

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